domingo, 9 de mayo de 2010

Mi amigo Lucas

(Mary Cassatt: Mother Combing Sara’s Hair)


Por Kianny Antigua



—No, eso no es verdad, ese niño no me gusta; es un prepotente, mañoso, que sólo sabe hablar de que su papito tiene, su papito le regaló, su papito lo llevó… Yo no me fijaría en un idiota así (y él tampoco se fijaría en alguien como yo) ni loca.

—Señorita Alcázar, el almuerzo está listo. Su madre la espera en el comedor.

—Luego hablamos. ¿Sí?

Me apresuré a llegar al comedor pues conozco de sobra el mal genio de mi madre cuando por una razón, lógica o no, se rompe una de sus reglas. Como siempre, estaba erguida, seria, intocable. Le di un beso en la mano y me senté al otro lado de la mesa. Las comidas en casa son muy aburridas. Por más importante que sea la cuestión no puedo decir palabra, primero, porque mamá no me escucharía (diez sillas nos separan), y segundo, si ella nota que yo he abierto la boca para un propósito diferente a introducir el tenedor a la misma, se pone roja como crepúsculo y me manda al cuarto «de castigo» hasta que aprenda las reglas de etiqueta y protocolo. Yo me disculpo con cara de yo no fui y corro contenta a mi habitación, pues mi cuarto es el único lugar donde soy realmente feliz.

No es que no quiera a mi madre, no; lo que pasa es que desde que murió mi papito ella se ha convertido en una persona muy hermética. Casi nunca se ríe y se la pasa en su cuarto o sentada en el mecedor, al lado de la ventana que da al patio central, envuelta en su túnica de vampiresa (como dice Lucas). A veces quiero hablarle, saber cómo se siente, pero en la mayoría de mis intentos, solo logro hacerla llorar. No es mi intención, pero de qué otro tema podemos hablar si no es del pasado perfecto (el pasado en el que aún existía mi papito). Yo no soy la única que trata de sacarla de su encierro; también Matilde, nuestra ama de llaves, le pide que por lo menos salga al patio a tomar sol. Le dice que sería bonito que ella me tomara de la mano como cuando yo era más pequeña y nos zambullíamos en la piscina. Pero Matilde, al igual que yo, no consigue nada. Lucas dice que no me preocupe tanto por ella, que trate de verla como lo que realmente es «una pieza antigua más, que hace juego con la casa». Lucas es muy bromista y me hace reír mucho, pero cuando siento que habla en serio, le explico que no, que mi madre no es vieja, que si la hubiera visto antes de la muerte de mi papi, no pensaría lo que piensa. Juntos eran la envidia de sus amigos, tanto, que ella les echa la culpa de nuestra desgracia. A ella me cuesta recordarla como era, a menos que mire una foto. Sólo sé que el pelo lo llevaba mayormente suelto y usaba vestidos de colores. A papi sí lo recuerdo perfectamente. No necesito su foto para ver sus ojos grandes y su sonrisa hermosa y perfecta. Lucas se le parece mucho y se lo he dicho, la única diferencia es que él es más pequeño y tiene más pelo. Él, sólo se ríe cuando se lo digo.

A Lucas lo vi por primera vez poco después que murió mi papito. Creo que fue el día de su entierro. La sala estaba llena de «personas hipócritas», como dijo mi madre, por lo que los echó a todos. Abrió la puerta de par en par y a empujones, sacó uno por uno a los amigos, conocidos, los que lloraban y los que no. Les gritaba cosas que hoy no recuerdo. Matilde fue la única que sacó valor y fuerza para detenerla. Yo, al lado de papito, sólo pude taparle los oídos para que no oyera todo lo que ella decía. Matilde es mucho más gorda que mi madre, cosa que la ayudó a controlarla. Luego que solo quedábamos las tres, y mi papito, ya que hasta el cura tuvo que irse, ella me mandó a mi cuarto. Yo, por nada del mundo me hubiera querido separar de mi papi. A mí me dolía más que a ella porque él me quería más a mí. Pero ella, de un solo halón, me desprendió para siempre de la única persona que realmente me amaba, hasta que llegó Lucas. Yo, con ataques, no permití ni siquiera que Matilde la defendiera como siempre hace. Me encerré en mi cuanto y deseé llorar hasta no tener más vida. Pensaba en él. Recordaba todas las palabras lindas que me decía: preciosa, princesa, amorcito mío, mi Penélope. A veces me quedaba dormida y lo soñaba. Me decía adiós y yo lo seguía y lo alcanzaba. Luego despertaba, y así pasó como tres veces, después ya no lo pude alcanzar. Creo que fue el intento de alcanzarlo lo que me hizo caer de la cama. Entonces lo vi. Me espanté tanto que no pude gritar, pero pronto comprendí que él no era malo y que no me iba a hacer daño. Él tampoco dijo nada por un rato, solo me miraba como preocupado. Le pregunté su nombre y me dijo Lucas.

— ¿Qué quieres?

— Nada.

— ¿Qué haces aquí?

— Vine a acompañarte.

Él estaba en una esquina, cerca de mi casita de Barbie. Tomó una de ellas, la montó en el carro rosa que hace juego con la casita y la deslizó hacia mí. Era mi Barbie favorita porque papi me la había traído de Curazao. Tomé la muñeca, y él entonces se acercó. Hablamos mucho pero lo que recuerdo fue su promesa de no dejarme sola jamás.

Qué angustia es ver el reloj en el colegio y darme cuenta de que falta mucho para irme a casa a hablar con Lucas. Él siempre esta allí, al lado de la casita con la Barbie morena en brazos. Yo, lo tiro todo, le pido que se voltee para quitarme el uniforme y luego, en ropa cómoda, hablamos un poco hasta que Matilde me llama para comer. Después, regreso a mi habitación. Él me ayuda con mis tareas y el resto de la tarde la pasamos jugando.

El colegio Santa Rosa de Lima, donde yo voy, se supone que sea el mejor colegio de la ciudad, donde asisten las señoritas y los señoritos más decentes. Las reglas son como en casa, irrompibles o de lo contrario suspenden a una y es más la vergüenza que la ausencia. He visto casos terribles donde, después del regreso de una alumna suspendida, sus padres han tenido que cambiarla de colegio y a veces hasta mudarse del país. Yo, por suerte, no he tenido que llegar al límite de tener que pedirle a mi madre que me cambie de colegio porque, aunque me fastidiaban bastante, con los consejos de Lucas, me he hecho un poquito más fuerte. Igual, no tengo amigos, pero no me importa. Dice Matilde que no necesito más que mis buenas calificaciones, según ella, las mías son de las mejores, y voy a tener que creerle porque ayer, como regalo de cumpleaños, me dieron un diploma por buena conducta y excelentes notas. Todos, absolutamente todos, contentos o no, tuvieron que aplaudir. ¡Qué alegría! No me aguantaba las ansias de llegar a casa a contárselo a Lucas, pero mi sorpresa fue aún mayor. Él me estaba esperando con una tortita y una velita en el medio. Se acordó. Fue un día casi perfecto, ya que Matilde también se acordó y me hizo mi comida favorita. La imperfección estuvo en mi madre quien, cuando Matilde le contó lo del diploma y lo de mi cumpleaños, se levantó de la mesa y no quiso probar bocado. Matilde se sentó a mi lado y con lágrimas en los ojos, me dio cucharada a cucharada el chofán de camarones que con tanto amor ella misma había cocinado.

En la noche me despertaron las voces y los gritos. Me moría de curiosidad por saber por qué discutían Matilde y mi mamá. No quise empeorar las cosas por lo que preferí quedarme acostada mirando dormir a Lucas.

Matilde, como de costumbre, me vino a despertar temprano. Me sorprendí porque con lo de anoche, yo hubiera jurado que no estaría más con nosotras. Me ayudó a vestir, por lo que no pude hablar con Lucas, pero con una picada de ojo me despedí de él.

En el colegio todo volvió a la normalidad: mirar el reloj dos veces por minuto y añorar la hora de la salida para ver a Lucas. Cuando por fin llegué a casa, algo fuera de lo común sucedió. Mi mamita estaba esperándome en el portón de la entrada. Llevaba el pelo suelto. Aún vestía de negro pero una sonrisa en su cara iluminó su alma y todo lo que la rodeaba. Tomé su mano para darle un beso y ella se agachó un poco y me dio uno en la frente, luego otro en la mejilla. Me dijo que me quería y me pidió perdón. Riendo casi a carcajadas me tomó del brazo y caminamos hasta llegar al jardín central. Todo estaba tan bello. Había cientos de globos de todos tamaños y colores. La alberca estaba cubierta de confeti. Había como cuatro payasos. Nos esperaban Matilde, dos mucamas, la cocinera, y el chofer, y todos estaban muy contentos. Luego cantaron «Feliz cumpleaños a mí» y Matilde, con ayuda de las muchachas, sacó la torta de dos plantas que ella había preparado dique con la ayuda de mami. Estaba tan feliz; era la primera vez, desde que murió mi papito, que en casa había música. La primera vez que veía sonreír a mi mamita en más de seis años. Por un momento hasta me olvidé de Lucas, pero al recordarlo, me di cuenta que él era el único que faltaba para que la fiesta fuera perfecta. Con la excusa de que iba al baño, corrí al cuarto. Entré, miré, buqué cerca de la casita Barbie, dentro, detrás, debajo de la cama, en el armario, en el techo, pero él ya no estaba.

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