domingo, 23 de mayo de 2010

"Te invito a viajar por El expreso de Kianny N. Antigua", por Luís R. Santos.

La literatura es un reflejo del alma humana, un eco de nuestras alegrías y angustias, una caja de resonancia de nuestros pensamientos, un mecanismo mediante el cual el escritor valora la época que le ha tocado vivir, es su forma de ver el mundo. Pero ante todo, la literatura es el gran espejo en que nos miramos, nos desvestimos, el espejo en el cual nos burlamos de nuestros semejantes y de nosotros mismos; el espejo ante el cual nos secamos las lágrimas, nos solazamos en la sonrisa, nos retocamos el maquillaje para seguir nuestro viaje, montado, a veces, en el vagón de última clase, hasta que llegamos al puerto del silencio, en donde los marineros nos reciben sin sobresaltos, mudos, indiferentes.

Siendo consecuente con mis anteriores palabras, señalaré que Kianny N. Antigua no es la excepción, ella, a la hora de escribir, también se ha mirado al espejo. Y sus historias se desprenden de su ser como las hojas caducas de los árboles en otoño. Al adentrarnos en los relatos de El expreso inmediatamente percibimos la inocultable influencia del entorno en que se forjado su autora. A flor de página se perciben las huellas de sus primeros pasos, el dolor de una adolescencia a veces feliz, placentera, y otras veces llena de carencias, de sobresaltos. En una adolescencia empujada por la fuerza hacia una madurez extemporánea, la autora de El expreso tuvo la suerte o desdicha de hacer un difícil tránsito: abandonar su patria y establecerse en la nueva, en una patria lejana, distante de la verdadera. Porque, según Ernesto Sábato, la verdadera patria es aquella en la que transcurrió nuestra infancia, en donde fuimos felices a pesar de todo, porque no conocíamos ni teníamos conciencia de la muerte ni de las maldades humanas. Este tránsito, esta mudanza, marca de manera decisiva la narrativa de Kianny Antigua, tal como señalaremos más adelante, y como fácilmente puede comprobar el lector.

Dentro de las figuras dominantes en El expreso la madre juega un rol protagónico. La madre está presente en muchos de los relatos del libro y a veces aparece como una figura borrosa, distante; en otros su presencia es contundente. Otro tanto podría decirse de la figura paterna. Desde el primer cuento del libro, “Hortelano”, su presencia es notoria: “A mis padres hace mucho que no los veo. Ni siquiera con lo del accidente se dignaron en venir a verme. El viejo no manca en mandarme dinero, pero nada más. La vieja no es más que su sombra, no va ni al baño si a papá no se le ocurre miar” (pág. 15). En “La última hoja verde” dice: “cuando caí en esta tumba le agradecí al cielo que mi madre hubiera muerto, porque, si no, encima abría tenido que cargar con su muerte”. En “De tal palo, tal astilla” la madre aparece con mucha contundencia, crudeza, e incluso es tratada con cierta inclemencia, con mucha dureza. En “Desembrar”, no obstante, la madre sale mejor parada. En “Mi amigo Lucas” esta figura recurrente es retratada como una mujer fría, sofisticada, distante, incapaz de escuchar. En este relato, en donde la autora, rompe un tanto con el esquema del libro, la ausencia del padre es sustituida y compensada por una ilusión, fantasma o duende. A raíz de estos hallazgos, podemos aseverar que la obra de Kianny Antigua está marcada por carencias afectivas que se manifiestan de distintas formas, en distintas situaciones. Estas ausencias, no obstante, no son un signo negativo que empañe su obra, al contrario, la humanizan y confirman la teoría del espejo.

Según Mario Vargas Llosa, en su libro de ensayos La verdad de las mentiras, al referirse a la obra Manhattan Transfer, de John Dos Passos, hay ciudades, en este caso New York, que son los auténticos protagonistas de muchas novelas. Y así como ciudades, barrios condados y suburbios se convierten en personajes centrales de novelas, libros de cuentos, obras de teatro, hay elementos dentro de ellos que también se alzan, se enseñorean dentro de una obra. En El expreso, precisamente este instrumento de transporte colectivo opaca a muchos otros. Desde el título del libro hasta el cuento “El expreso”, entre otros, el tren atraviesa raudo y bullicioso las páginas del texto. En este caso, el hecho de ser la autora una inmigrante que llega a la gran ciudad siendo una adolescente-adulta el impacto del expreso no podía ser menor. En la obra de un dominicano, en cualquier instante, el lector podría ser atropellado por un “Motoconcho o una Voladora”. Asimismo, en las obras de los escritores de todo el mundo, en donde el tren es parte integral del sistema de vida, éste tiene una incidencia insoslayable en la literatura.

Y es que desde su aparición, empezando por su versión más rudimentaria hasta llegar a los súper expresos de las grandes urbes, el tren ha sido un espacio favorito de novelistas, cuentistas, poetas, músicos. En los compartimientos o vagones del expreso de New York, a diario, millones de hombres y mujeres descansan, duermen, leen, dormitan, se pisotean, maldicen, enamoran y sueñan. Ese amasijo de nacionalidades, lenguas, olores y modas es lugar ideal para un creador atento. Y Kianny lo es. Por eso el subway no ha pasado inadvertido delante de sus ojos. Un ejemplo de lo expuesto anteriormente es el siguiente fragmento de “Hortelano”: “Me impactó su figura pero lo que mejor recuerdo de esa primera impresión fue el uso de su sexto sentido al despertar exactamente cuando el tren arribó a su parada, y su seguridad al dar el zarpazo y salir del tren dejándome a mí con las babas colgando” (pág.13). En “El expreso” aparece este elemento-personaje con toda su fuerza. “Subo al segundo tren diez minutos más tarde; el que me tocaba coger cerró las puertas en mis narices” (53). Más adelante, leemos: “Los empujones y los excuse me no cesan en la estación; ni hablar cuando al fin logro entrar al tren. Ya en el expreso (el local se para tanto que me provoca dolor de cabeza) de pie, o mejor, si consigo sentarme es cuando comienza la acción” (54). Pero, ¿qué acción o acciones se pueden emprender sentado en un tren? Dice:

Me voy, vuelo lejos de la bulla, lejos del gentío, lejos del chino que me respira pesado a la derecha, la niña de la señora de la izquierda que patea cada vez que puede, lejos del operador del tren, que le grita a un grupito de estudiantes que dejen cerrar la puerta, que hay otro tren detrás de nosotros. Lejos, donde sólo la imaginación y el cansancio me pueden llevar (54).

Entonces sueña, sueña en medio del tumulto, de las imágenes que se desdibujan al pasar delante de un cartel publicitario. El tren, además, la ha puesto en estado de excitación, allí ha soñado, fantaseado; el mismo tren se encarga de devolverla a realidad brutal, cruda, inmisericorde.

El humor, por otro lado, es un elemento en estado de escasez en la narrativa de Kianny. Sin embargo, contrario a esta característica, la ironía, el erotismo y el sarcasmo sí aparecen con frecuencia en El expreso. En “El expreso”, “De tal astilla, tal palo”, “Cynthia”, y “Cosa de hombres”, entre otros, el contacto entre los cuerpos se narra con voluptuosa elegancia, a veces con cierta crudeza y desenfado; en otras, con magistral sutileza e incluso recurriendo a figuras literarias o a recursos que complementan y dan un acabado reluciente al texto. Citamos:

¿Pero por qué a Marcos no le gusta lo que a Néstor sí... y a mí también?: hacer el amor a todas horas y en todos los lugares posibles, y de vez en cuando imposibles. Día, tarde, noche, madrugada, al despertar, en su oficina, en el baño, en la sala de nuestra casa y en la ajena también; cansados, y con sueño, no importa nada cuando queremos hacer el amor. Se pasa la noche abrazándome. Siempre guardo el calor de su cuerpo, calor que Marcos rechaza. (“El expreso”, pág. 56).

“Su bocota capaz de levantar los más obscenos piropos; la mía, capaz de abarcar la mayoría de cosas mencionadas en los piropos”. (“De tal astilla, tal palo”, pág. 31). En las páginas 103 y 104 de “Cosas de hombres” encontramos este atrevido pasaje:

Lo amaba, amaba sus ojos, deseaba sus largas manos, las imaginaba moldeando mis tetas, llenas de barro entre mis piernas. Me veía lamiendo sus brazos cubiertos de lanitas negras. Mojaba las sábanas pensando en esas manos, las sentía calientes sobre mi cara […] Comenzó a besarme el cuello y a apretarme las nalgas. Le bajé el pantalón y bauticé con la boca la realización de mis quimeras.

En ese mismo tenor, la relación hombre-mujer, con sus conflictos, idas, desencuentros, sinsabores y dulzuras está acentuadamente presente en esta colección de relatos. De igual forma, en la obra de Kianny el hombre es una figura relevante, pero tratada con cierto resquemor, y ella lo retrata como el culpable de los amargores sentimentales de la mujer. En ese mismo aspecto, algunos personajes masculinos, en “La última hoja verde” y en ‘Fotocopia indefinida” por ejemplo, son puestos en evidencia: en principio son unos machos convictos y confesos y al final terminan siendo todo lo contrario.

A pesar de que empezó su labor creadora en New York, y de que su obra tiene una marcada influencia de esta gran ciudad, lo dominicano no deja de ser preponderante en la obra de Kianny Antigua. Por eso, en varios de sus relatos nos tropezamos con expresiones, frases, giros idiomáticos de auténtica factura dominicana. En “Hortelano” nos encontramos con “chiripita”, palabra muy usual entre el hablante común dominicano, que se usa para denotar algo pequeño, irrelevante o insignificante en materia de labor remunerada o de dinero. Igual nos tropezamos con rebulú, bembé, chinchas, y otros términos.

Formalmente, en El expreso tenemos a una narradora llana, directa, que más que impactar con una anécdota sorprendente busca plasmar, desnudar, contar y referir las cuitas, las alegrías, las esperanzas, la tragedia, lo agrio y dulce del ser humano. A pesar de que casi todos los relatos pudieran enmarcarse dentro de un ámbito realista, su obra no es un calco plano de la realidad, sino un esmerado ejercicio de la imaginación, en donde lo cotidiano y trivial se conjugan con la ensoñación, la fantasía, el misterio y cierta ambigüedad que dan como resultado una obra de arte. Su prosa en muchos de sus relatos es como cuando acariciamos la seda; en otros, fluyente, como una corriente pluvial. En otros es intimista, evocadora.

Para ser escritor o escritora y demostrarlo hay que tener talento, vocación y ante todo una fuerte necesidad de expulsar, de exorcizar los demonios que nos acechan. Y, ante todo, pasión por la vida, algo que a Kianny Antigua le sobra.

26 de enero de 2005

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