domingo, 9 de mayo de 2010

Mi amado Jacinto

(Suzanne Valadon: Portrait Of An Old Lady)



Por Kianny Antigua

«Jacinto, las cosas cada día están peor que el día anterior. Me vas a creer que el azúcar hoy amaneció diez pesos la libra. Esto no hay quien lo aguante. Ya ni una tacita de café se puede una tomar con gusto. La comida cara y la gente cada vez más apurada e indeseable. Tú ves que le pasan por el lado llevándose a una y, en vez de pedir disculpas, se nos ríen en la cara. Pero sus padres son los únicos culpables. Ellos son los que no les dan costumbre a estos muchachitos de ahora. Las madres y los padres, si es que tienen, son los responsables de darle educación y no dejar que hagan lo que les dé la gana sin que a nadie le importe. ¿A dónde vamos a parar Jacinto? Dímelo tú que siempre fuiste un hombre inteligente y perspicaz».
«¡Ay Jacinto! Qué diferente era cuando éramos jóvenes. Era todo hecho con delicadeza, con educación y respeto, con clase. Recuerdo cuando por primera vez nos vimos. Al instante de cruzar miradas, ambos supimos que nada en este mundo tendría la fuerza suficiente capaz de separarnos. Nos amábamos; pero había pasos que dar y reglas que seguir. Discretas miradas, inocentes sonrisas, frecuentes ‘buenos días’, todo hasta que el amor y Don Rumualdo Suazo de Méndez no aguantaron más y te atreviste a pedir mi mano. ¿Recuerdas Jacinto? Por supuesto que nunca se te va a olvidar lo nervioso que te pusiste frente a mi padre. Es que no se puede negar que el hombre era difícil. Pero no importó cuántos obstáculos mi padre puso para evitar nuestro casorio, tu amor los venció todos, y gracias a ese amor hoy, cincuenta y tres años después, seguimos como dos columnas de mármol, irrompibles».
«Esa Carmela es una serpiente viperina. ¡Qué poca clase! Desde que tuvimos la desdicha
de venir a parar a este barrio inmundo supe que no tendría paz. Tantos maleducados, tantos groseros, tantos gritos y tantas moscas. Sabes que me dijo la muy inconsciente, que no me iba a acreditar nada más en su pocilga de colmado. Yo le dije que ya tú le pagarías, que nos diera unos días, pero la muy fantoche se rió en mi cara. ¿Ves las cosas que me haces pasar Jacinto? ya es hora de que les tapes la boca a toda esa basura que habla de mí, de nosotros. Ya es tiempo de que nos mudemos de este barrio de porquería. ¿Por qué te quedas callado? ¡Respóndeme! Sí, ya sé cuales son tus planes, hacerte de la vista gorda y dejarme a mi sola con esta cruz insoportable... ¡Muévete para allá que tengo dolor en las piernas! Este reumatismo cada vez está peor y tú ya no me consientes como antes. Ya no me das esos masajes ricos que de me devolvían treinta años de juventud. Sí, yo sé que tú también estás viejo, pero eso no es motivo; la intención es lo que vale. ¿O es que acaso tú no te das cuenta de todo lo que hago yo por ti? ¿Crees que es fácil tener que salir desde que el sol asoma a lidiar con gente inculta para conseguir lo que luego te voy a cocinar, simplemente para que tengas algo de comer? ¡Porque no es para mí! Sí yo estuviese sola no tendría la necesidad de cocinar. No, lo hago por ti que siempre fuiste tan exigente en lo que a comer se refiere».
«Tú ya no agradeces nada. Ya ni miras la comida que con tanto afán te preparo. ¿Por qué la dejas enfriar, Jacinto, si luego fría no te la comes? Esta casa se llena de moscas y parece que a la única que le incomoda es a mí».
«Jacinto, recuerda que hoy tienes que ir buscar el chequecito del seguro. A mí no me lo
quieren dar porque necesitan que tú estés presente, o que por lo menos me firmes un poder. Ya
hace dos meses que ese dinerito está parado simplemente porque a ti no te parece ir a buscarlo. ¡Con lo mucho que me gustaría estrujarle el dinero en la cara a la Carmela para que cierre la boca de una buena vez, y deje de estar metiéndose, juzgando, y argumentando en vidas ajenas!».
«Definitivamente, Jacinto, ya no aguanto más; si no vas a comer yo no tengo por qué, no, con qué cocinar. ¡Se acabó! Sí a ti no importa, menos a mí».
«Jacinto de mi vida, sabes que cuando salí esta mañana a buscar el periódico me encontré a Carmela hablando de nosotros con Don Pedro. Le decía que yo estaba cada vez peor, que parecía una muerta en vida. Ésta fue la primera vez que me agradó su comentario. Si lo que esa señora dijo es cierto, hoy soy la mujer más feliz del universo, al fin podemos estar juntos como antes, como siempre. Mi Jacinto, mi gran y único amor. Hazte a un ladito que quiero sentirte cerca».

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